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ISSN 1989-4163

NUMERO 112 - ABRIL 2020

 

El Dia en que el Mundo se Quedó en Silencio

Cristina Casaoliva

Era viernes 13 cuando empezábamos este confinamiento tardío según algunos, en el aún nos hallamos inmersos. Desde primeros de año, nos llegaban inquietantes noticias de China azotada por una epidemia en forma de virus lo llaman coronavirus, lo que trajo no pocas bromas sobre nuestra lacra monárquica pues aún la catástrofe se nos antojaba lejana y en nuestro talante está el humor.

 Las autoridades competentes han resultado no serlo tanto, el principal asesor del gobierno auguraba estar a salvo de contagio, máxime señalaba, alguno con carácter anecdótico, nada más lejos de la realidad. Sin planes de previsión, ni materiales de protección, ni agilidad en la toma de decisiones y con el confinamiento a medias que no confina territorios más por discrepancias políticas que por falta de necesidad de implementar la medida, la pesadilla se cernió sobre la península de manera encarnizada. Y así como por ensalmo, las calles fueron quedando vacías a pesar de la resistencia de algunos incívicos y egoístas que decidieron pasear por las autonomías aumentando la posibilidad de contagios, como si en lugar de estar viviendo una pandemia se encontraran con un período extra de vacaciones.

Y el mundo se fue quedando en silencio, de pronto nuestras vidas dieron un giro y en la crepitante rueda del destino, nuestras vidas se detuvieron. Están en suspenso. Los parques infantiles permanecen mudos, las palomas se adueñan de plazas, las cabras descienden de los montes y exploran los pueblos y los jabalíes hacen incursiones exploratorias por la Diagonal de Barcelona.

Y mientras la naturaleza respira y aprovecha este merecido descanso del ser humano, nosotros ahogamos los suspiros al tañido de las campanas y nos acostumbramos a recorrer las horas ante la cadencia de los lamentos por aquellos que perdemos, en esta lucha contra el covid-19 en la que luchamos a fuerza de moral y solidaridad, a fuerza de empatía y de valentía. La valentía de los sanitarios, médicos, enfermeras y auxiliares que se exponen día a día en jornadas maratonianas, en hospitales con flagrante falta de recursos, acusando los recortes que durante años han ido efectuando desde el ejecutivo, con falta de materiales y de protecciones, faltos de personal pero no de ganas, invirtiendo en ello su energía, su tiempo y su salud.

 La valentía de los operarios, del personal de limpieza y de cocina de los diferentes hospitales y centros de salud que acuden cada día al campo de batalla ataviados con su fuerza de voluntad y su sentido del honor. La valentía de los transportistas que recorren los caminos para facilitarnos el encierro, la de los empleados de los supermercados y de las tiendas de comestibles, la de los agricultores y ganaderos, la de los taxistas que hacen carreras gratuitas para llevar a los médicos a domicilio, la de los voluntarios que reparten comida entre los necesitados y cosen mascarillas para los sanitarios. La de nuestros periodistas que nos mantienen informados y acercan a nuestras casas la actualidad.La valentía de los farmacéuticos que abren sus puertas y nos asesoran, mossosd’esquadray policías que vigilan las calles y protegen, la de los bomberos que se mantienen prestos a socorrernos, a los y las teleoperadoras que siguen atendiendo al público, a trabajadoras sociales y a los empleados de la limpieza que limpian nuestras calles y plazas.

En medio del silencio de nuestros pueblos y ciudades, hemos aprendido a valorar los ratos de sol, el aire fresco en la ventana, los abrazos de nuestros pequeños, la comunicación con los más jóvenes. En el luto de la ausencia hemos aprendido a valorar la libre circulación, el tesoro de nuestras playas y montañas. Rodeados del silencio de nuestro entorno hemos aprendido a escucharnos, a llorar con una melodía, a decirlo todo a través de una mirada y a inventar mil y una formas de convertir las horas en sueños y en promesas, en recuerdos y aprendizaje, un regalo que sólo algunas familias han podido disfrutar. Por qué el peso abrumador de la realidad  nos vence y nos oprime, y  adquirimos nuevos rituales de protección, fabricamos mascarillas y buscamos guantes, nos lavamos las manos y nos descalzamos para entrar en casa. Hacemos cola para adquirir comida y salimos una vez a la semana con suerte, mientras nuestros valientes se visten día a día de gallardía y esperanza y salen a luchar en nuestro nombre, en el suyo, en el de todos. Y no nos engañemos esperando un acto milagroso del gobierno, no esperemos un acto generoso del rey emérito, ni esperemos un acto de justicia de los bancos, no esperemos un sacrificio por parte de los políticos al cargo del gobierno  y tengamos asumido que en estos momentos aciagos, azotados por la pandemia y la desolación mundial,los actos de altruismo por parte de los muchos millonarios que habitan la Península Ibérica es anecdótica y proviene de muy pocos de entre el gremio de millonarios que ya sabemos que ellos tienen todas comodidades y ninguna carencia. También hemos dejado de esperar que la Iglesia hiciera gala de la caridad que predica.

Las lágrimas que derramamos son por todos los que diariamente ven ingresar a sus familiares en uno u otro hospital saturado para  no volverle a ver, para los que no pueden despedirse, para los ancianos que viven en solitud estos días de pesadumbre, para aquellos que cargan con una pérdida, los que luchan por batir al virus, por los que viven una soledad forzosa, por los autónomos que han visto desaparecer su medio de vida, por los empleados que han perdido sus empleos.

La rabia es para los políticos ególatras que siguen sin aplicar todas las medidas a su alcance y que no exigen a bancos, a condenados por robo y desfalco al erario público, a la Iglesia a la que mantienen y a la propia casa real el pago inmediato de cuando dinero sea menester para sufragar respiradores, epis y pruebas para todos, para garantizar sueldos y ayudas, rabia por no eximir a los ciudadanos del pago de impuestos, alquileres, hipotecas y suministros. Rabia por no obedecer a los expertos de la OMS y por  no estar a la altura, de nuevo y como siempre y rabia por todos aquellos que continúan saltándose la restricción, por las empresas que no son de primera necesidad y no cierran exponiendo la vida de sus trabajadores. Rabia por el modelo de país que mantiene a un  ejército carísimo con cuyo presupuesto cubriríamos necesidades y ayudas y los justifica paseándolos por España ejerciendo actividades de desinfección que de bien seguro podrían desarrollar profesionales cualificados con un coste muy inferior. Al final el ejército sólo esta para poner sus armas al servicio del gobierno de turno o para efectuar ocasionalmente un golpe de estado, amedrentar al pueblo si este seopone a los poderes fácticos y gastar nuestros recursos.

El día en que el mundo se quedó en silencio volvimos a ver que sólo el pueblo salva al pueblo. Y aquí seguimos, confinados y solidarios, confiando y llenos de esperanza, rompiendo la melodía de los lamentos y el estrépito del silencio a fuerza de cariño, a golpe de homenaje a nuestros héroes y nuestras heroínas, a golpe de coraje y solidaridad. El día que el mundo se quedó en silencio nuestros corazones recuperaron la voz.

 

 

 

 


 

 

Silencio 

 

 

 
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